Como te voy a escribir un
poema de amor si no te he abierto las piernas…
“Pasé caballero”… entro, tomo asiento,
el lugar es fétido, es fétido y yo huelo muy fétido, yo al entrar soy un fétido
más. Pido una cerveza, nada tan dulce como una cerveza, espero unos minutos, mi
sed no puede esperar tanto y ahí viene un vestido gris con las bebidas, bebo y
veo sus piernas blancas, acariciables… otra cerveza, ese vestido me deja ver un
buen trozo de sus piernas bien trazadas y acariciables, sus ojos son lindos,
pero me interesan más sus piernas. Su vestido es gris, su boca ha de ser un
albergue de deliciosos besos, pero sus piernas han de ser amplias una vez
abiertas. Es un maldito lugar fétido.
Otra
cerveza, lindas piernas, un vestido gris, un fétido lugar… acaso será caro
abrir esas piernas… sus ojos me sonríen, sabe que le estoy viendo las piernas,
se empina en la mesa de a lado, es como si me enseñara el resto del camino de
sus piernas… ¿será acaso una invitación, una pervertida invitación? Su boca ha de besar bien, pero sus piernas
han de flotar bien en el aire. Salgo del lugar, de nuevo estoy al viento y
solo; cuanto desearía que me cobrara por abrir sus piernas y de regalo le
escribiría un poema en su piel; quiero remar con sus piernas en medio del
viento y con el vestido gris haría una vela de mi barca sexual mientras cruzo
los mares de su interior. Solo de nuevo, en mi casa me espera mi mano.
Únicamente me resta imaginar cómo se desvanece el vestido gris y su cuerpo posa
desnuda ante mis caricias… que fétido olor tiene mi habitación, su vestido gris
nubla el foco de 60 watts que lejos está de ser sus sonrientes ojos… mi mano no
es gris pero es fétida.
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