viernes, 27 de abril de 2012

la noche sin ojos

Salgo, la noche comienza penetrando por cada poro de la ciudad, pretendo domarla. Camino sobre las banquetas angustiadas por el calor. Aun desconocen mis pasos, no soy nuevo, pero no se familiarizan con mis pasos arrastrados sobre su concreto. Mi andar es iluminado por 250w de aditivos metálicos que la lámpara callejera me regala.
La noche ciega sigue avanzando; no se puede domar lo que no se ve. La mirada se pierde entre la oscuridad profunda del manto nocturno. Personas van y vienen sin detenerse, sin respirar. La gente va robotizada, no ven nada, son ciegos y no se percatan de una noche ancha que no cabe en sus ojos. No he podido domar al gigante nocturno; me devora dentro de sus sombrías entrañas, la luz artificial puede ser un escape, pero no quiero escapar y me dejo devorar.
Hay pocos pasajeros en este andar, los lobos aúllan, consigo refugiarme en el umbral de un bar, bebo algo que me quite un poco la angustia.  Hay siluetas femeninas por doquier, son las dueñas de la noche, pero no de las estrellas y huyen de los cometas. Sus ojos calcinan los deseos; derramo licor en mis dormidas entrañas; no hay razones para estar sobrio o para estar vivo: da lo mismo. Todo es lo mismo y creo que yo ya no soy lo mismo.
Una de las nocturnas se me acerca, acerca sus tibias piernas a mis manos, escucho su respiración; quiere que le invite algo; porqué no. Hablamos palabras mentirosas; no besamos, su lengua es tibia, se desliza dentro de mi existencia, me mira, mi mano en su pecho, besa de nuevo mi boca seca. Bebo de nuevo. Camino en la banqueta gris de nuevo.
Un relámpago trata de desgarrar el manto nocturnal, pero un ejército de estrellas zurce la laceración. Un vehículo rompe por unos segundos el armónico silencio. Sigo saboreando su beso en mi saliva. Compro una lata de licor para acompañarme. La nada es frágil y se consuela en la calma nocturnal.  Mi sombra danza al ritmo de 250w. Hay pocos seres en las calles, van quedando solamente lobos callejeros que hurgan en la basura. Estoy sentado a la orilla de la calle, la lata del licor es gris, la banqueta es gris y ciega, las ratas que están en el balcón de la alcantarilla son grises y ciegas; mi vida es gris, el mundo es gris y ciego. Los colores no existen. Otro sorbo del licor gris… no he domado la noche, sigue siendo salvaje. La sobriedad saldrá por el horizonte con el amanecer.
Ahí sigo sentado en una gris y ciega banqueta, me hundo en el resto de la noche, apago los ojos unos segundos. Su beso suena en mis labios una vez más. Viene otro día con su luz, borra lo gris y al amanecer me doy cuenta que no pude domar la noche; quizá está noche…
¿Existe la noche o solamente es un eclipse mal enfocado?

lunes, 9 de abril de 2012

nocturnal

Los ojos se hunden y pierden en el fondo de la taza de café negro; negro como la profundidad de la noche. El café sabe a silencio; silencio que vaga dentro y fuera de la casa. La mirada anda perdida alrededor. Perdido pasea el humo del cigarrillo; cigarrillo que se consume más rápido que la vida. Vida que me observa con los ojos del café negro. Negro sin ojos es el manto nocturno; nocturno es el silencio que se esconde en los ojos de los lobos